domingo, 3 de janeiro de 2021

Jaime Gil de Biedma, o cônsul de Sodoma

(Nava de la Assunción, 13/11/1929 – Barcelona, 8-1-1990)


 

“Poesía es esa sensación de bienestar, de placer, de gozo que siente alguien cuando se lee, en voz alta, un poema. La poesía no es precisamente lo que sucede cuando se escribe el poema, poesía es el acto de ejecutar el poema. Un poema se hace para ser leído. El poema es poema mientras se lee porque es tiempo y tempo.”

Jaime Gil de Biedma



Trabalhos de Jaime Gil de Biedma:

- Versos para Carlos Barral (1952)

- De acordo com a sentença do tempo (1953).

- Parceiros de viagem (Barcelona: Joaquim Horta, 1959).

- Em favor de Vênus (1965)

-Moralidades (1966)

- Poemas póstumos (1968)

- Coleção particular (Seix Barral, 1969)

- Diário do artista seriamente doente (1974), memórias.

- O pé da letra: Ensaios 1955-1979 (1980), Crítica, Barcelona

- Antologia poética (1981) Aliança

- As pessoas do verbo (1982), Seix Barral, Barcelona


 

Jaime Gil de Biedma, fotografiado en 1976 para el libro El argumento de la obra. / ISABEL STEVA HERNÁNDEZ, COLITA



Gil de Biedma, pandémico y celeste

Por: Nuria Azancot, 8-1-2015

 

Amigos escritores eligen su poema favorito del autor.

 

 

Ahora que de casi todo hace ya veinte años, como el poeta solía repetir, se cumplen veinticinco de la muerte de Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990). Miembro de una familia de la alta burguesía castellana, estudió Derecho en Barcelona y Salamanca, y se convirtió en alto ejecutivo de la Compañía de Tabacos de Filipinas. Al tiempo, escribía y gozaba una secreta vida canalla, de poemas, amores clandestinos, amigos y bares “últimos de la noche”.

 

Su obra, no muy abundante [Versos a Carlos Barral (1952), Según sentencia del tiempo (1953), Compañeros de viaje (1959), En favor de Venus (1965), Moralidades (1966), Poemas póstumos (1968), Colección particular (1969), además de sus memorias, Diario del artista seriamente enfermo (1974) y ensayos El pie de la letra: Ensayos 1955-1979] trató siempre dos temas, "el paso del tiempo y yo", lo que hizo que el propio poeta declarase a menudo que "el problema es que he escrito poquísimo, y que, por tanto, se escribe siempre sobre los mismos temas. La verdad es que estoy harto".

 

Y ese cansancio, incluso de sí mismo, le llevó a un silencio poético casi total en 1974. Con todo, lo vivido y escrito hasta entonces le había convertido en una de las grandes figuras, si no la mayor, de la llamada Generación del 50, y en un auténtico mito para las posteriores, que vieron en él un modelo culturalista y vital.

 

Su amigo Juan Marsé, que le cuidó hasta el fin, Vicente Gallego, Luis García Montero, Eloy Sánchez Rosillo, Manuel Vilas, Álvaro Valverde, Elena Medel, Juan Antonio González Iglesias y Lorenzo Oliván le rinden homenaje en El Cultural, eligiendo razonadamente su poema favorito.

 

Juan Marsé

"Elijo este poema por una razón descaradamente personal. Porque yo también vivo en este poema, porque fui testigo de su gestación y porque recuerdo el día feliz que su autor me leyó la última y definitiva versión del poema en el "sótano negro", y brindamos con ginebra".

 

Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma

 

En el jardín, leyendo,

la sombra de la casa me oscurece las páginas

y el frío repentino de final de agosto

hace que piense en ti.

 

El jardín y la casa cercana

donde pían los pájaros en las enredaderas,

una tarde de agosto, cuando va a oscurecer

y se tiene aún el libro en la mano,

eran, me acuerdo, símbolo tuyo de la muerte.

Ojalá en el infierno

de tus últimos días te diera esta visión

un poco de dulzura, aunque no lo creo.

 

En paz al fin conmigo,

puedo ya recordarte

no en las horas horribles, sino aquí

en el verano del año pasado,

cuando agolpadamente

-tantos meses borradas-

regresan las imágenes felices

traídas por tu imagen de la muerte...

Agosto en el jardín, a pleno día.

 

Vasos de vino blanco

dejados en la hierba, cerca de la piscina,

calor bajo los árboles. Y voces

que gritan nombres.

Ángel,

Juan, María Rosa, Marcelino, Joaquina

-Joaquina de pechitos de manzana.

Tú volvías riendo del teléfono

anunciando más gente que venía:

te recuerdo correr,

la apagada explosión de tu cuerpo en el agua.

 

Y las noches también de libertad completa

en la casa espaciosa, toda para nosotros

lo mismo que un convento abandonado,

y la nostalgia de puertas secretas,

aquel correr por las habitaciones,

buscar en los armarios

y divertirse en la alternancia

de desnudo y disfraz, dsempolvando

batines, botas altas y calzones,

arbitrarias escenas,

viejos sueños eróticos de nuestra adolescencia,

muchacho solitario.

Te acuerdas de Carmina,

de la gorda Carmina subiendo la escalera

con el culo en pompa

y llevando en la mano un candelabro?

 

Fue un verano feliz.

...El último verano

de nuestra juventud, dijiste a Juan

en Barcelona al regresar

nostálgicos,

y tenías razón. Luego vino el invierno,

el infierno de meses

y meses de agonía

y la noche final de pastillas y alcohol

y vómito en la alfombra.

 

Yo me salvé escribiendo

después de la muerte de Jaime Gil de Biedma.

 

De los dos, eras tú quien mejor escribía.

Ahora sé hasta qué punto tuyos eran

el deseo de ensueño y la ironía,

la sordina romántica que late en los poemas

míos que yo prefiero, por ejemplo en Pandémica...

A veces me pregunto

cómo será sin ti mi poesía.

 

Aunque acaso fui yo quien te enseñó.

Quien te enseñó a vengarte de mis sueños,

por cobardía, corrompiéndolos.

 

***

 

Luis García Montero

"Entre los poemas de Jaime, tengo especial relación con Amistad a lo largo. Se debe a motivos personales. En una tarde de 1985, lo copió para mí con su letra de buen alumno de la vida y los libros. Yo enmarqué el manuscrito y lo tengo colgado en una pared de mi casa. Así que es un poema con el que convivo desde hace muchos años. Entre las cosas que me ha dado la poesía, agradezco sobre todo la amistad y el respeto por el saber de los maestros".

 

Amistad a lo largo

 

Pasan lentos los días

y muchas veces estuvimos solos.

Pero luego hay momentos felices

para dejarse ser en amistad.

 

Mirad:

somos nosotros.

 

Un destino condujo diestramente

las horas, y brotó la compañía.

Llegaban noches. Al amor de ellas

nosotros encendíamos palabras,

las palabras que luego abandonamos

para subir a más:

empezamos a ser los compañeros

que se conocen

por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí. Pueden alzarse

las gentiles palabras

-ésas que ya no dicen cosas-,

flotar ligeramente sobre el aire;

porque estamos nosotros enzarzados

en mundo, sarmentosos

de historia acumulada,

y está la compañía que formamos plena,

frondosa de presencias.

Detrás de cada uno

vela su casa, el campo, la distancia.

 

Pero callad.

Quiero deciros algo.

Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.

A veces, al hablar, alguno olvida

su brazo sobre el mío,

y yo aunque esté callado doy las gracias,

porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.

Quiero deciros cómo trajimos

nuestras vidas aquí, para contarlas.

Largamente, los unos con los otros

en el rincón hablamos, tantos meses!

que nos sabemos bien, y en el recuerdo

el júbilo es igual a la tristeza.

Para nosotros el dolor es tierno.

 

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

 

***

 

Elena Medel

"Admiro la forma en la que Gil de Biedma teje la intimidad y el compromiso; me sorprenden también su punto casi visionario y la maestría en el ritmo y en ese decir que se escucha con la música compleja de la conversación".

 

Elegía y recuerdo de la canción francesa

 

Os acordáis: Europa estaba en ruinas.

Todo un mundo de imágenes me queda de aquel tiempo

descoloridas, hiriéndome los ojos

con los escombros de los bombardeos.

En España la gente se apretaba en los cines

y no existía la calefacción.

 

Era la paz -después de tanta sangre-

que llegaba harapienta, como la conocimos

durante cinco años.

Y todo un continente empobrecido,

carcomido de historia y de mercado negro,

de repente nos fue más familiar.

 

¡Estampas de la Europa de postguerra

que parecen mojadas en lluvia silenciosa,

ciudades grises adonde llega un tren

sucio de refugiados: cuántas cosas

de nuestra historia próxima trajisteis, despertando

la esperanza en España, y el temor!

 

Hasta el aire de entonces parecía

que estuviera suspenso, como si preguntara,

y en las viejas tabernas de barrio

los vencidos hablaban en voz baja...

Nosotros, los más jóvenes, como siempre esperábamos

algo definitivo y general.

 

Y fue en aquel momento, justamente

en aquellos momentos de miedo y esperanzas

-tan irreales, ay- que apareciste,

oh rosa de lo sórdido, manchada

creación de los hombres, arisca, vil y bella

canción francesa de mi juventud!

 

Eras lo no esperado que se impone

a la imaginación, porque es así la vida,

tú que cantabas la heroicidad canalla,

el estallido de las rebeldías

igual que llamaradas, y el miedo a dormir solo,

la intensidad que aflige al corazón.

 

Cuánto enseguida te quisimos todos!

En tu mundo de noches, con el chico y la chica

entrelazados, de pie en un quicio oscuro,

en la sordina de tus melodías,

un eco de nosotros resonaba exaltándonos

con la nostalgia de la rebelión.

 

Y todavía, en la alta noche, solo,

con el vaso en la mano, cuando pienso en mi vida,

otra vez más sans faire du bruit tus músicas

suenan en la memoria, como una despedida:

parece que fue ayer y algo ha cambiado.

Hoy no esperamos la revolución.

 

Desvencijada Europa de postguerra

con la luna asomando tras las ventanas rotas,

Europa anterior al milagro alemán,

imagen de mi vida, melancólica!

Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos,

aunque a veces nos guste una canción.

 

***

 

Manuel Vilas

"Nadie conocía con precisión aritmética cuál era el número de la promiscuidad. Gil de Biedma lo halló en este poema: cuatrocientos cuerpos".

 

Pandémica y celeste

 

Imagínate ahora que tú y yo

muy tarde ya en la noche

hablemos de hombre a hombre, finalmente.

Imagínatelo,

en una de esas noches memorables

de rara comunión, con la botella

medio vacía, los ceniceros sucios,

y después de agotado el tema de la vida.

Que te voy a enseñar un corazón,

un corazón infiel,

Desnudo de cintura para abajo,

Hipócrita lector - mon semblable - mon frère!

 

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo

quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos

a ser posible jóvenes:

Yo persigo también el dulce amor,

el tierno amor para dormir al lado

y que alegre mi cama al despertarse,

cercano como un pájaro.

¡Si yo no puedo desnudarme nunca,

si jamás he podido entrar en unos brazos

sin sentir -aunque sea nada más que un momento-

igual deslumbramiento que a los veinte años!

 

Para saber de amor, para aprenderle,

haber estado solo es necesario.

Y es necesario en cuatrocientas noches

-con cuatrocientos cuerpos diferentes-

haber hecho el amor. Que sus misterios,

como dijo el poeta, son del alma,

pero un cuerpo es el libro en que se leen.

 

Y por eso me alegro de haberme revolcado

sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,

Mientras buscaba ese tendón del hombro.

Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...

Aquella carretera de montaña

y los bien empleados abrazos furtivos

y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,

pegados a la tapia, cegados por las luces.

O aquel atardecer cerca del río

desnudos y riéndonos, de hiedra coronados.

O aquel portal en Roma en vía del Babuino.

y recuerdos de caras y ciudades

apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,

de escaleras sin luz, de camarotes,

de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,

y de infinitas casas de baños,

de fosos de un castillo.

Recuerdos de vosotras, sobre todo,

o noches en hoteles de una noche,

definitivas noches en pensiones sórdidas,

en cuartos recién fríos,

noches que devolvéis a vuestros huéspedes

un olvidado sabor a sí mismos!

La historia en cuerpo y alma, como una

imagen rota,

de la langueur goutée a ce mal d'être deux.

Sin despreciar

-alegres como fiesta entre semana-

las experiencias de promiscuidad.

 

Aunque sepa que nada me valdrían

trabajos de amor disperso

si no existiese el verdadero amor.

Mi amor,

Íntegra imagen de mi vida,

sol de las noches mismas que le robo,

su juventud, la mía,

-música de mi fondo-

sonríe aún en la imprecisa gracia

de cada cuerpo joven,

en cada encuentro anónimo,

iluminándolo. Dándole un alma.

Y no hay muslos hermosos

que no me hagan pensar en sus hermosos muslos

cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

 

Ni pasión de una noche de dormida

que pueda compararla

con la pasión que da el conocimiento,

los años de experiencia

de nuestro amor.

Porque en amor también

es importante el tiempo,

y dulce, de algún modo,

verificar con mano melancólica

su perceptible paso por un cuerpo

- mientras que basta un gesto familiar

en los labios,

o la ligera palpitación de un miembro,

para hacerme sentir la maravilla

de aquella gracia antigua, fugaz como un reflejo.

 

Sobre su piel borrosa,

Cuando pasen más años y al final estemos,

quiero aplastar los labios invocando

la imagen de su cuerpo

y de todos los cuerpos que una vez amé

aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.

 

Para pedir la fuerza de poder vivir

sin belleza, sin fuerza y sin deseo,

mientras seguimos juntos

hasta morir en paz. Los dos,

como dicen que mueren los que han amado mucho.

 

***

 

Juan Antonio González Iglesias

"Mi poema preferido de Gil de Biedma es Canción de aniversario. La habitual cercanía del poeta permite excepcionalmente comunicar felicidad, amor o serenidad. Es un poema que parece a un oasis".

 

Canción de aniversario

 

Porque son ya seis años desde entonces,

porque no hay en la tierra, todavía,

nada que sea tan dulce como una habitación

para dos, si es tuya y mía;

porque hasta el tiempo, ese pariente pobre

que conoció mejores días,

parece hoy partidario de la felicidad,

cantemos, alegría!

 

Y luego levantémonos más tarde,

como domingo. Que la mañana plena

se nos vaya en hacer otra vez el amor,

pero mejor: de otra manera

que la noche no puede imaginarse,

mientras el cuarto se nos puebla

de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,

y de historia serena.

 

El eco de los días de placer,

el deseo, la música acordada

dentro en el corazón, y que yo he puesto apenas

en mis poemas, por romántica;

todo el perfume, todo el pasado infiel,

lo que fue dulce y da nostalgia,

¿no ves cómo se sume en la realidad que entonces

soñabas y soñaba?

 

La realidad -no demasiado hermosa-

con sus inconvenientes de ser dos,

sus vergonzosas noches de amor sin deseo

y de deseo sin amor,

que ni en seis siglos de dormir a solas

las pagaríamos. Y con

sus transiciones vagas, de la traición al tedio,

del tedio a la traición.

 

La vida no es un sueño, tú ya sabes

que tenemos tendencia a olvidarlo.

Pero un poco de sueño, no más, un si es no es

por esta vez, callándonos

el resto de la historia, y un instante

-mientras que tú y yo nos deseamos

feliz y larga vida en común-, estoy seguro

que no puede hacer daño.

 

***

 

Vicente Gallego

"A día de hoy, en que al lector que soy le pesa un poco el artificio conceptual que arrastra habitualmente la voz de Biedma -aunque se trate de un arrastre asumido con suma elegancia-, encuentro en el brote de este poema una raíz más honda: no hay en él conceptismo ni previsión, sino hallazgo de una mirada abierta a lo sensitivo, a su profunda y misteriosa carnalidad".

 

Noche triste de octubre, 1959

 

A Juan Marsé

 

Definitivamente

parece confirmarse que este invierno

que viene, será duro.

 

Adelantaron

las lluvias, y el Gobierno,

reunido en consejo de ministros,

no se sabe si estudia a estas horas

el subsidio de paro

o el derecho al despido,

o si sencillamente, aislado en un océano,

se limita a esperar que la tormenta pase

y llegue el día, el día en que, por fin,

las cosas dejen de venir mal dadas.

 

En la noche de octubre,

mientras leo entre líneas el periódico,

me he parado a escuchar el latido

del silencio en mi cuarto, las conversaciones

de los vecinos acostándose,

todos esos rumores

que recobran de pronto una vida

y un significado propio, misterioso.

 

Y he pensado en los miles de seres humanos,

hombres y mujeres que en este mismo instante,

con el primer escalofrío,

han vuelto a preguntarse por sus preocupaciones,

por su fatiga anticipada,

por su ansiedad para este invierno,

 

mientras que afuera llueve.

Por todo el litoral de Cataluña llueve

con verdadera crueldad, con humo y nubes bajas,

ennegreciendo muros,

goteando fábricas, filtrándose

en los talleres mal iluminados.

Y el agua arrastra hacia la mar semillas

incipientes, mezcladas en el barro,

árboles, zapatos cojos, utensilios

abandonados y revuelto todo

con las primeras Letras protestadas.

 

***

 

Eloy Sánchez Rosillo

"Mi poema favorito de Gil de Biedma es París, postal del cielo. El motivo de esta preferencia es el único que considero válido en materia de poesía: cuando he releído hoy los diez o doce poemas de Gil de Biedma que tengo subrayados en mi ejemplar de su poesía, éste es el que más me ha conmovido".

 

París, postal del cielo

 

Ahora, voy a contaros

cómo también yo estuve en París, y fui dichoso.

 

Era en los buenos años de mi juventud,

los años de abundancia

del corazón, cuando dejar atrás padres y patria

es sentirse más libre para siempre, y fue

en verano, aquel verano

de la huelga y las primeras canciones de Brassens,

y de la hermosa historia

de casi amor.

 

Aún vive en mi memoria aquella noche,

recién llegado. Todavía contemplo,

bajo el Pont Saint Michel, de la mano, en silencio,

la gran luna de agosto suspensa entre las torres

de Notre-Dame, y azul

de un imposible el río tantas veces soñado

-It's too romantic, como tú me dijiste

al retirar los labios.

 

¿En qué sitio perdido

de tu país, en qué rincón de Norteamérica

y en el cuarto de quién, a las horas más feas,

cuando sueñes morir no te importa en qué brazos,

te llegará, lo mismo

que ahora a mí me llega, ese calor de gentes

y la luz de aquel cielo rumoroso

tranquilo, sobre el Sena?

 

Como sueño vivido hace ya mucho tiempo,

como aquella canción

de entonces, así vuelve al corazón,

en un instante, en una intensidad, la historia

de nuestro amor,

confundiendo los días y sus noches,

los momentos felices,

los reproches

 

y aquel viaje -camino de la cama-

en un vagón del Metro Étoile-Nation.

 

***

 

Álvaro Valverde

"Lo escojo porque es un poema raro en la obra de un poeta urbano. Y porque habla de su infancia feliz en el campo. En lo que fue su "reino". Los cinco versos finales, donde alude a la "afinidad profunda / con la naturaleza y con los hombres", son extraordinarios. También a uno, en fin, le habría gustado hacer vie de château, como él decía".

 

Ribera de los alisos

 

Los pinos son más viejos.

Sendero abajo,

sucias de arena y rozaduras

igual que mis rodillas cuando niño,

asoman las raíces.

Y allá en el fondo el río entre los álamos

completa como siempre este paisaje

que yo quiero en el mundo,

mientras que me devuelve su recuerdo

entre los más primeros de mi vida.

 

Un pequeño rincón en el mapa de España

que me sé de memoria, porque fue mi reino.

Podría imaginar

que no ha pasado el tiempo,

lo mismo que a seis años, a esa edad

en que el dormir descansa verdaderamente,

con los ojos cerrados

y despierto en la cama, las mañanas de invierno,

imaginaba un día del verano anterior.

Con el olor

profundo de los pinos.

Pero están estos cambios apenas perceptibles,

en las raíces, o en el sendero mismo,

que me fuerzan a veces a deshacer lo andado.

Están estos recuerdos, que sirven nada más

para morir conmigo.

 

Por lo menos la vida en el colegio

era un indicio de lo que es la vida.

Y sin embargo, son estas imágenes

-una noche a caballo, el nacimiento

terriblemente impuro de la luna,

o la visión del río apareciéndose

hace ya muchos años, en un mes de septiembre,

la exaltación y el miedo de estar solo

cuando va a atardecer-,

antes que otras ningunas,

las que vuelven y tienen un sentido

que no sé bien cuál es.

La intensidad

de un fogonazo, puede que solamente,

y también una antigua inclinación humana

por confundir belleza y significación.

 

Imágenes hermosas de una historia

que no es toda la historia.

Demasiado me acuerdo de los meses de octubre,

de las vueltas a casa ya de noche, cantando,

con el viento de otoño cortándonos los labios,

y la excitación en el salón de arriba

junto al fuego encendido, cuando eran familiares

el ritmo de la casa y el de las estaciones,

la dulzura de un orden artificioso y rústico,

como los personajes

en el papel de la pared.

 

Sueño de los mayores, todo aquello.

Sueño de su nostalgia de otra vida más noble,

de otra edad exaltándoles

hacia una eternidad de grandes fincas,

más allá de su miedo a morir ellos solos.

Así fui, desde niño, acostumbrado

al ejercicio de la irrealidad,

y todavía, en la melancolía

que de entonces me queda,

hay rencor de conciencia engañada,

resentimiento demasiado vivo

que ni el silencio y la soledad lo calman,

aunque acaso también algo más hondo

traigan al corazón.

Como el latido

de los pinares, al pararse el viento,

que se preparan para oscurecer.

 

Algo que ya no es casi sentimiento,

una disposición de afinidad profunda

con la naturaleza y con los hombres,

que hasta la idea de morir parece

bella y tranquila. Igual que este lugar.

 

***

 

Lorenzo Oliván

"Tiene una profunda ironía y un ritmo convincente, y nos recuerda la necesidad de cuestionar las grandes palabras del poder, las tradiciones heredadas. La mejor educación pasa por construir un pensamiento crítico".

 

Las grandes esperanzas

 

Las grandes esperanzas están todas

puestas sobre vosotros,

así dicen

los señores solemnes y también:

Tomad.

Aquí la escuela y la despensa, sois mayores,

libres de disponer

sin imprudentes romanticismos por supuesto

La verdad, que deberíais estar agradecidos.

Pero ya veis, nos bastan las grandes esperanzas

y todas están puestas en vosotros.

 

Cada mañana vengo

cada mañana vengo para ver

lo que ayer no existía

cómo el Nombre del Padre se ha dispuesto,

y cómo cada fecha libre fue entregada,

dada en aval, suscrita por

los padres nuestros

de cada día.

 

Cada mañana vengo para ver

que todo está servido (me saludan,

al entrar levantando un poco los ojos)

y cada mañana me pregunto,

 

cada mañana me pregunto cuántos somos

nosotros, y de quién venimos,

y qué precio pagamos por esa confianza.

 

O quizá

no venimos tampoco para eso.

La cuestión se rduce en estar vivo un instante,

aunque sea un instante no más,

a estar vivo

 

justo en ese minuto

cuando nos escapamos

al mejor de los mundos imposibles.

En donde nada importa,

nada absolutamente -ni siquiera

las grandes esperanzas que están puestas

todas sobre nosotros, todas,

y así pesan.

 

https://elcultural.com/gil-de-biedma-pandemico-y-celeste




Los diarios de Gil de Biedma, al fin

Un cuarto de siglo después de su muerte, esta nueva edición nos acerca más al gran poeta que quiso reformar la prosa española y cambiar de raíz el contenido de la intimidad.

 

Cuando en 1974 Jaime Gil de Biedma publicó Diario de un artista seriamente enfermo, era un hombre convencido de su valía literaria. Dos anotaciones de febrero y abril de 1960 de los diarios que ahora conocemos revelan que ya releía entonces sus notas de 1956, antes de que en 1971 emprendiera una reconstrucción larga y minuciosa. En 1987, cuando se le diagnosticó una enfermedad más seria que la tisis de 1956, amplió notablemente el libro añadiéndole textos mucho más personales, y en 1989 entregó a Carmen Balcells para su publicación el Retrato del artista en 1956, que apareció en 1991. Un cuarto de siglo después de su muerte, esta nueva edición suma al corpus el llamado Diario de ‘Moralidades’ (1959-1965), otro de 1978 y el más breve y crepuscular de 1985, lo que duplica holgadamente lo que ya conocíamos.

Andreu Jaume (que ya editó el importante epistolario del escritor, El argumento de la obra. Correspondencia, en 2010) ha hecho un trabajo ejemplar como edi­tor y anotador y ha escrito un prólogo espléndido, digno de las páginas que le siguen. Es patente, como recuerda, que el rifaciamento del diario nació como boletín del taller poético del autor y, sobre todo, como un reto de reformar la prosa española que consideraba poco apta para expresar, con sencillez, sinceridad y eficacia, la vida personal. Compartía ese sentimiento con Carlos Barral, que luego dedicó varios libros al mismo propósito, y no sé muy bien si tal era el caso de Sánchez Ferlosio y Juan Benet, cuyos modelos y objetivos fueron algo distintos. Pero cuando, en la ampliación de 1987, Gil incorporó a los asuntos de amistad y poesía páginas sobre su vida sexual y desprejuiciadas confesiones sobre sus amigos, es patente que buscó además algo más provocativo: cambiar de raíz el contenido de la intimidad en las letras españolas. Y configurar ante un lector una imagen de sí mismo. Quería que las escenas filipinas (que escandalizaron a tantos y en tantos otros provocaron una insana efusión de beatería) fueran vistas como un “dejar en suspenso toda opinión y criterio propios; interesarse de buena fe por los temas y los problemas de los demás”. Y, a la vez, demostrar que “soy todo menos espontáneo: existe un hiato intelectual que percibo demasiado bien entre el que me siento siendo y el que me siento ser y comportarse…”. Sabía, en fin, que sólo en esa duplicación se producía el mayor de sus dones: ser un poeta capaz de “el súbito don de la contemplación de un ser, de penetración de un sentido que me sobrecoge, igual que una emoción”.

El bien bautizado Diario de ‘Moralidades’ (1959-1965) escolta la creación de un libro capital en la historia de la poesía española y, sin duda, el mejor de su autor. Aunque delimitó con claridad su contenido (pensó en escribir otros poemas sobre el Valle de los Caídos o sobre su recuerdo personal de Alberto Jiménez Fraud y Natalia Cossío), concibió cada uno de ellos como un ente autónomo en un concierto total, al modo de las piezas musicales: no es casual que se refiera a sus partes como “movimientos” o hable de la búsqueda de un finale certero y que, a menudo, trace un borrador o monstruo que anticipa la melodía a las palabras escogidas luego. Se sabe ya dueño de una voz (el “tono fundamental de rudeza, sabiduría erótica, cinismo y sentimentalismo”) y de su personaje (con “tono de locutor de radio o periodista”, escribe con humor), a la vez que selecciona impiadosamente los modelos y antimodelos de su escritura: nada concede a Juan Ramón Jiménez (“increíble descenso hacia la tontería pura”) y todo para Antonio Machado; elogios a Espronceda, devoción por Cernuda y tedio ante Jorge Guillén, sobre quien acaba de escribir un libro (su epitafio: “Nada más irritante que esto de desarrollar ideas viejas que han dejado de interesarnos”).

El diario de 1978 es ya la obra de un poeta póstumo, como él mismo diría, que ha hecho buena su premonición de principios de 1965, un año antes de publicar en México Moralidades: “Lo malo mío es que ni siquiera tengo ambición de poder literario”, aunque ya sabe que ha logrado ser “un gran poeta…” intermitente. Las páginas de 1978 se cierran con una declaración más tajante: “Nada más triste que saber que uno sabe escribir, pero que no necesita decir nada de particular, nada en particular, ni a los demás ni a mí mismo…”. Pero no es cierto del todo. Necesitaba, cuando menos, vivir con intensidad en compañía, aunque fuera a costa de la enfermedad y del desorden y de la autocomplacencia mezclada siempre con la lucidez. “Mi felicidad no es otra en el fondo que querer y que me quieran”, confiesa tras una cena —copiosamente etílica— en una taberna de Girona. Las pocas páginas de 1985 se escribieron en la clínica de París donde estaba internado y anotan minuciosamente efectos de la medicación, llamadas telefónicas esperadas y alguna lectura: un repaso de las novelas de Henry James se alterna con las páginas de Capitalismo, socialismo y democracia, de Schumpeter, igual que en los días filipinos de 1956 las noches de orgía en los catres más sucios dejaban paso a la solemne lectura de De La Rochefoucauld en el hotel. No fue la suya una vida fácil, pero fue fiel a sí mismo, a sus versos y a sus amigos.

José-Carlos Mainerm 7-12-2015

https://elpais.com/cultura/2015/12/01/babelia/1448987655_710451.html


El Cónsul de Sodoma

 


El cónsul de Sodoma (Sigfrid Monleón, 2009) é uma fascinante viagem através da vida de Jaime Gil de Biedma (1929-1990), um dos poetas mais influentes da segunda metade do século XX. Sua vida é a história de uma contradição: por um lado, pertence à nobreza e é executivo de uma multinacional, por outro lado, vive seu papel como poeta e homossexual que se rebela contra o seu ambiente familiar e sua história. Sexo, amor, literatura e luta política são as constantes de uma vida que atravessa uma época de rebeldia, violência e descobrimento. É também um retrato da Barcelona dos anos 60, onde desfilam personagens emblemáticos da cultura e da sociedade catalã progressista, conhecida como a “Gauche Divine”.

Sinopse: https://filmow.com/el-consul-de-sodoma-t40135/


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Jaime Gil de Biedma, “Tento Formular a Minha Experiência da Guerra”



    Na literatura, como em todas as artes, importa menos o que é dito do que o modo como é dito. Este reiterar da valorização do “modo” não traduz nenhuma postura estética de raiz formalista, mas a convicção de que a identidade de uma obra de arte se joga no interior de um processo complexo de potenciação das possibilidades representacionais de uma dada linguagem. Este “modo” consiste, precisamente, num nome possível para a capacidade que uma dada escrita tem ou não tem para corporizar um dado conteúdo (semântico, afectivo, etc.) numa dada linguagem. A força ou relevância do primeiro é directamente função da força da segunda. É admissível pensar que num dado contexto histórico e artístico, nada de muito relevante distingue ao nível do conteúdo (e esta dicotomização é claramente forçada) a generalidade dos agentes criativos: do ponto de vista temático nada de muito substancial distinguirá a poesia lírica de Camões da dos seus contemporâneos — uma e outras são o resultado da interacção entre a percepção subjectiva de uma experiência cultural de mundo que é partilhada, respondem por uma noção de poesia que é comum. A diferença é de grau e diz respeito à capacidade de, numa paisagem partilhada, produzir usos da língua que potenciem a profundidade da experiência proposta, que potenciem a riqueza daquilo que é dito. Não se trata de uma questão estritamente formal, mas implica a dimensão forma como constituinte.

    A importância do “modo” talvez seja mais perceptível na maneira como a experiência das catástrofes que construíram o século XX raramente teve uma tradução literária que potenciasse enquanto experiência artística a percepção do horror e da inaudita desumanidade. Há registos, na primeira ou na terceira pessoa, mas raramente há a verdadeira capacidade de transformar o registo em alguma coisa que ultrapasse a dimensão documental, mesmo quando se pretende inscrever no plano do literário. Não questionando a pertinência cultural e humana dos temas, aquilo que falta é a capacidade de os potenciar enquanto experiência literária.

    Um excepcional exemplo de uma transposição literária da experiência da guerra é-nos dado pelo texto de Jaime Gil de Biedma “Tento Formular a Minha Experiência da Guerra” (na versão de José Bento). Cabem neste texto o quase milhão de mortos da guerra civil espanhola (figura particular de um século que se construiu sobre uma massa de dezenas de milhões de mortos em conflitos armados) e a inocência possível de quem não acredita na inocência. Aquilo que nos é proposto é uma experiência da guerra civil filtrada pela subjectividade de um olhar infantil, mas reconstruída enquanto literatura por uma linguagem muito forte:


«Tento Formular a Minha Experiência da Guerra
 
Foram, possivelmente,
os anos mais felizes da minha vida,
e não é estranho, dado que ao fim de contas
ainda não tinha dez.
As vítimas mais tristes da guerra
são as crianças, diz-se.
Mas também é certo que é um bicho a criança:
perdoam-lhe a brutalidade
dos adultos, ela sabe aproveitá-la,
e vive mais que ninguém
nesse mundo demasiado simples,
tão parecido ao seu.

Para começar, a guerra
foi conhecer os páramos com vento,
as sementeiras de gleba pegajosa
e as tardes de azul, celestes e um pouco pálidas,
com os montes de neve rosada na distância.
O meu amor pelos invernos da meseta
é uma consequência
de ter havido em Espanha quase um milhão de mortos.

A salvo nos pinhais,
— pinhais da Mesa, da Roseira, do Ginete! —,
o medo e a desordem dos primeiros dias
eram algo confuso, com essa irrealidade
dos momentos demasiado intensos.
E Segóvia parecia longínqua
como umna grande cidade, era quase a frente
— ou pelo menos um lugar heróico
um sítio onde tenentes trazendo um braço ao peito,
que nos emocionava visitar: a guerra
ficava ali ao alcance das crianças
tal como a querem.
Na volta, ao passarmos pela ponte Uñés,
procurávamos a areia remexida
onde estavam, sabíamos, os cinco fuzilados.
Depois a chuva desenterrou-os, levou-os rio abaixo.

E recordo-me também de um passeio a Coca,
que era a povoação mais próxima,
numa dessas manhãs em que a luz
é ainda, no ar, relâmpago de geada,
mas que anunciam já a primavera.
Minha lembrança, bem vaga, é somente uma imagem,
uma nítida imagem de felicidade
retratada num céu
para onde se apressa a torre da igreja,
entre um nimbo de pássaros.
E até os discursos, os gritos, as canções
eram como promessa de outro tempo melhor,
ofereciam-nos
um bilhete de volta ao século dezasseis.
Que criança não o aceita?

Quando por fim voltámos
a Barcelona, ficou-me por uns meses
a nostalgia daquilo, mas habituei-me.
Quem me conhece agora
dirá que a minha experiência
nada tem a ver com a as minhas ideias,
e é verdade. Minhas ideias da guerra mudaram
depois, muito depois
de ter começado o após-guerra. » 1


    Assuma-se como paradoxal a inscrição deste texto no interior da argumentação atrás enunciada. Ele parece contrariar aquilo que foi argumentado, prescindido voluntariamente das marcas do literário, para se apresentar como o registo quase neutro de uma experiência: é difícil imaginar formulação  poética formalmente mais funcional do que a deste texto. Ora, é esta secura de formulação, onde se corporiza o imediato da experiência infantil e a mediação da palavra por parte do adulto (muito depois / de ter começado o após-guerra) que torna possível a força da experiência proposta como literatura. Ela é-nos dada pelo rigor de uma formulação verbal que no mesmo movimento anula cada palavra diante do seu significado e faz deste simples correlato material dessa mesma palavra. O mundo é condição da palavra na estrita medida em que a palavra é ela mesma condição do mundo. Este texto de Jaime Gil de Biedma é disso uma espantosa afirmação: não há complacência, nem com o mundo, nem com as palavras.

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1. Jaime Gil de Biedma, “Tento Formular a Minha Experiência da Guerra”, in Antologia Poética, edição bilingue, tradução de José Bento, Edições Cotovia, 91-95.




CARREIRO, José. “Jaime Gil de Biedma, o cônsul de Sodoma”. Portugal, Folha de Poesia, 03-01-2021. Disponível em: https://folhadepoesia.blogspot.com/2021/01/jaime-gil-de-biedma-o-consul-de-sodoma.html



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